Venezuela, al igual que la casi totalidad de los países occidentales, depende para su desarrollo económico en gran medida de sus pymes, que en más de un 90% de los casos son empresas familiares. Y esto es lo más natural: desde el inicio de la Historia, familia y trabajo han estado íntimamente relacionados. Ambos son recursos imprescindibles para un desarrollo social en un modelo de país que pretenda autonomía, participación activa de la población y progreso económico sostenible. Y en esto el papel del Estado se hace fundamental, tal como se ha comprobado en las experiencias de los países desarrollados.
A veces me parece imposible pensar en pymes venezolanas sin pensar en política. Y casi podría decir que todos los empresarios y los políticos piensan igual. Sería utópico pretender que los unos pueden prescindir de los otros sin implicarse: todos formamos parte de un ecosistema llamado Venezuela. Hay que darle su papel a cada quien y valor a aquello que realmente lo tiene. Pienso que los venezolanos no podemos seguir adelante sin tener empresas con Responsabilidad Social Corporativa, ni gobiernos que no apoyen a la célula productiva elemental por naturaleza. Soy de los que tienen una fe ciega en las bondades de la Empresa Familiar para toda la sociedad. En un reciente estudio que pude asesorar en la Universidad de Carabobo, se demuestra una capacidad de supervivencia sensiblemente mayor de las empresas familiares en los recientes períodos de grandes cambios de rumbo político que ha experimentado nuestro país, con respecto a las de origen no-familiar. Creo que, como venezolanos, tenemos mucho por dialogar, por planificar ... y por hacer.
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