Los puntos de conflicto que suelen enunciarse como comunes a la hora de enumerar los temas de discordia entre las generaciones son, según Jaes Falicov (1998), “el enfrentamiento de los mapas metales: puntos de vista acerca de los roles de las generaciones, trabajo, empleo, ocio, sexo, matrimonio, religión y las ataduras a la familia de origen (…). Luego, el contexto externo al sistema conduce a enfrentamientos generacionales”. Al respecto, el estudio de la diversidad de generaciones, podría circunscribirse al enfrentamiento de lo que Linares, 2003, ha llamado “generaciones modernistas y posmodernistas”: padres e hijos conviviendo en un mismo espacio paro viviendo tiempos diferentes.
La influencia de las calidades de vida, sus demandas y ofertas en las para cada generación, puede resumirse en el siguiente extracto del artículo de Manuel Díaz Prieto (Domingo, 20 de noviembre de 2005):
Y si durante los años 70 tener un buen trabajo y ganar dinero se situaba por delante de disfrutar de una satisfactoria vida familiar, hoy la percepción de lo que nos hace feliz ha variado y, según el estudio del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), la familia y la salud emergen como los ingredientes fundamentales, mientras la seguridad material cae hasta el tercer lugar.
De forma que si el cuerno de la abundancia, encarnado en los abarrotados estantes de un supermercado, ha desterrado el miedo al hambre como referente dominante de nuestra sociedad, hoy sufrimos un terror inverso: cómo gestionar la sobreabundancia, no volvernos obesos. Ahora nuestra hambre es de salud. En los años 50, se produjo en el primer mundo una revolución increíble; el abaratamiento de los procesos de producción permitió que la gente tuviese acceso a bienes que nunca se hubiesen imaginado. Llegaron así la lavadora y el coche, también la abundancia de comida. Pero allá por los años 70, hubo que plantearse una nueva cuestión: ¿cómo hacer que alguien cambiase de coche cuando el suyo todavía funcionaba? Y fue así como el deseo desplazó a la necesidad en la adquisición constante de los productos.
Aunque resulte paradójico, hoy somos, en cierto sentido, menos materialistas que antes y en nuestro orden de prioridades ha dejado de tener tanta importancia lo material. Hoy prima la búsqueda de la felicidad a través de la satisfacción hedonista, que tiene mucho que ver con el consumo. Pero al mismo tiempo también crece un anhelo más espiritual, representado por el voluntariado y por las ONG”, opina Millán Arroyo, profesor de la Universidad Complutense de Madrid e investigador de la evolución de las mentalidades y de los valores.
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