viernes, septiembre 11, 2009

La Familia Empresaria frente al Cambio (III y final)

Cada organización tiene una cultura particular que define sus procesos de toma de decisiones apropiadas, sólo que en algunas ocasiones veces esta cultura puede convertirse en su propia barrera hacia el cambio (como el paradigma de la experiencia, las reglas acertadas del pasado o incluso el haber permanecido durante mucho tiempo en la cima del éxito)*. Además, las familias con las que trabajamos (máximas responsables de estas decisiones en sus empresas), asumen y mantienen una forma de comportamiento que les predispone y que tiene mucho que ver con la dosis de fe que le imprimen a la posibilidad de encontrar una solución a las situaciones difíciles.

En el caso de los dilemas en las empresas familiares, por ejemplo, ¿qué posición conviene tomar? ¿Se debe asumir una actitud optimista o realista? Considerando lo que está en juego, es conveniente que las familias adopten el mejor de los talantes para afrontar el reto...

¿Qué nos aporta una cualidad optimista? Un ambiente optimista nos inspira, nos alegra y nos levanta la moral. Pero sobre todo nos da motivación, algo que en cualquier organización se pagaría muy bien por tenerla. Por otro lado, ¿qué ventajas tiene una visión realista? Básicamente credibilidad, que es la primera cualidad de cualquier proyecto de un grupo de personas que deseen abrirse paso y consolidarse como líderes.

En nuestros procesos con empresarios, una de las primeras tareas que desarrollamos es el análisis conjunto de sus fortalezas y ventajas como empresa familiar. Cuando les preguntamos cuál creen que es su lugar en el mercado, por lo general responden que están ente los primeros. Sin embargo, al afinar un poco más en el estudio de su sector, suelen descubrir que esto no siempre es así, y que esta posición depende de una serie de factores que a priori no suelen tomar en cuenta (por ejemplo el enfoque geográfico, su presencia en internet, la percepción del cliente o las estrategias de la competencia), con lo que tras confesar “haber pecado de optimistas”, se corrigen y reposicionan. El problema con este esquema de pensamiento es que las personas tendemos a sobrevalorar lo positivo y desestimar lo negativo en nosotros. Exageramos nuestros propios talentos.

Por otro lado, cuando avanzamos en la historia de las empresas de nuestros clientes, en algún punto del trabajo les pedimos que piensen en la peor decisión en su empresa en la que se han visto involucrados. Por lo general las experiencias narradas son mucho más dramáticas de lo que objetivamente se podrían percibir y sus consecuencias, pasado un tiempo, pueden ser consideradas bajo otra óptica. El problema con un realismo irracional (o pesimismo) es que las personas tendemos a amplificar nuestro impacto en los eventos que vivimos.

Como conclusión de este razonamiento podemos sacar dos ideas principales: la primera es que, ante un dilema, si la familia asume una actitud rígida basada en los paradigmas del pasado se verá impedida de valorar las posibilidades que cada alternativa ofrece. Y la segunda y más importante es que una de las mejores formas de modificar nuestras propias conductas a favor de una manera efectiva de propiciar los cambios en nuestras organizaciones (y por tanto potenciar las posibilidades de encontrar las salidas a nuestros dilemas), está en el saber combinar lo mejor del optimismo como motivadores del proceso con la necesaria cuota del realismo que nos otorgue la certeza de realización del proyecto.

*Según algunas de las ideas que John Ward dictó en su charla “The roots of adaptability: lessons learned from 100+ year-old family firms”, 2007.


Este artículo es producto del trabajo realizado dentro del equipo de Garrigues Consultoria de Empresa Familiar

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