Dios nos ha dado una boca y dos oídos, para que oigamos el doble de lo
que hablemos.
Dicho español
Hace más de cuatro décadas, Pedro Madera (nombre
ficticio), funda un
modesto negocio de víveres. A lo largo de los años, su incansable esfuerzo va
convirtiendo su negocio en una sólida organización familiar en constante
crecimiento. Veinte años después, Juan, Luisa y Carlos, los hijos del fundador,
han pasado a dirigir la compañía que ya emplea a más de mil personas. Sin
embargo, los hermanos no quieren cometer el error de su padre al dedicarle
tanto tiempo a la empresa y descuidar a su familia: desean que sus hijos no se
“contaminen del vicio de estar hablando constantemente del trabajo”,
prohibiendo hablar de la empresa en casa y dejándolos que disfruten de los
beneficios y privilegios que otorga el pertenecer a una familia adinerada y con
buena posición social.
Tras un
sorpresivo ataque al corazón, del cual se repone satisfactoriamente, Carlos
empieza a conversar seriamente con su hermana sobre la sucesión. Pero de los
cinco nietos del fundador no han tenido el mayor interés en el negocio. De
hecho, es poco lo que han hecho en su vida profesional. No se sienten motivados
a culminar sus estudios o asumir responsabilidades en algún trabajo (está
prohibido trabajar en la empresa de la familia). A fin de cuentas “tienen a la
empresa de sus padres que les mantendrá en el futuro”. Carlos se dan cuenta de su realidad y le comenta a su hermana:
“Tenemos que hablar de la empresa con los chicos… pero ¿por dónde empezamos?”
Este es un
caso que ilustra la realidad de algunas familias con las que he tenido la
oportunidad de trabajar como consultor de empresas familiares. La falta de
comunicación entre los miembros de la familia suele ser la principal causa de
los conflictos a los que se enfrentan. Los intentos por crear momentos de
conversaciones coherentes sobre el patrimonio compartido, suelen terminar en
acaloradas discusiones entre padres e hijos, que tienen una perspectiva
diferente de una misma realidad. Quizá vivimos demasiado deprisa, sin poder
dedicar demasiado tiempo a cultivar las relaciones personales; por eso, cuando intentamos
tener una conversación, estamos más pendientes en expresar lo que pensamos y
sentimos nosotros mismos, sin apenas escuchar lo que piensan y sienten los
demás.
Uno de los
principales objetivos al trabajar con familias empresarias, es ayudar a crear circunstancias
que permitan la comunicación efectiva entre los interlocutores, quienes deberán
discutir, analizar y proponer los diferentes escenarios para enfrentar el
futuro del patrimonio que han compartido hasta ese momento. La conversación
inicial deberá entonces determinar si la familia desea verdaderamente seguir
unida en torno a este patrimonio en el futuro. De ese planteamiento surgirán
los planes, proyectos y estrategias que deberá emprender la familia para lograr
su objetivo: seguir unidos o separarse. Si la familia o alguno de sus miembros
desean separarse, se deberán activar los mecanismos que permitan negociar la
salida más favorable a las partes. Pero si la familia desea seguir unida (y
créanme que es la mayoría), deberá antes que nada, poder construir los
espacios, condiciones y reglas necesarias que permitan una efectiva
conversación entre generaciones, procurando el equilibrio y armonía de las
intervenciones de sus miembros y supervisando la separación de temas de familia
de los empresariales o patrimoniales.