martes, octubre 18, 2005

Ficciones y Biliotecas Electrónicas

Jorge Luis Borges, amante como pocos de los libros, llegó a dedicar más de una decena de sus ensayos a los atributos, maravillas y ficciones de las bibliotecas. En “La Biblioteca de Babel”, el recinto que archiva todo el conocimiento escrito por el hombre (fruto de la combinación de las 27 letras del alfabeto) se describe como un edificio de perpetuas galerías que distribuyen un número infinito de libros. Este universo (que otros llaman la Biblioteca) sigue en continua expansión, pues basta que un libro sea discretamente pensado para que exista. Otro clásico de la obra borgiana, “El Aleph”, acaba con el problema del espacio para la información: todo, absolutamente todo puede estar contenido en una pequeña esfera tornasolada de dos o tres centímetros de diámetro: tigres, bibliotecas, traidores, espejos, talismanes, sueños,...

Al parecer, los conceptos de lo que Internet es y pretende ser ya eran conocidos por Borges: según investigaciones recientes, gracias al interés y la implicación de las personas y sus empresas en todo aquello que es on line, ya existen en Internet prácticamente 75 millones de sitios web, con índices y catálogos al gusto del consumidor a través de los motores de búsqueda, disponibles en terminales que caben en la palma de la mano. ¡Y pensar que los relatos del escritor argentino fueron recopilados bajo el título de Ficciones!

El acopio de información no se detiene: recientemente Yahoo! se ha asociado a bibliotecas, editoriales y otros socios informáticos con el proyecto Open Content Alliance, entrando en la carrera por digitalizar la mayor cantidad de colecciones de libros impresos existentes, tal como lo anunciara hace ya casi un año Google Print. La avasallante iniciativa de trasvasar a Internet el conocimiento humano parece haber comenzado.

Quizás dentro de pocos años tendremos que replantearnos dónde termina la fantasía de los grandes clásicos y dónde comienza una realidad que supera la ficción. Tan sólo será cuestión de tener en la palma de una mano ese lugar “donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe”.

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